Wednesday, January 17, 2018

Mmmmmm 017/365 #project365 #enero #january #2018 Mi historia con el brócoli y el coliflor se remonta a hace casi 17 años (lo recuerdo porque mi sobrino Étol andaba y no llegaba a los 2 años). Pues resulta que estaba de fin de semana en Palmar de Ocoa con mis amigas y el último día por la mañana nos encontramos con unos amigos que se nos “cayeron” sin avisar y sin “traje” para el almuerzo. Siendo el último día, ya la comida estaba escasa y al parecer los visitantes habían pasado hambre en los últimos días porque “se la mataron” en el almuerzo. Literalmente se lo comieron todo. Este cuerpo, que estaba “timbí” de “romo”, necesitaba comer. Lo único que quedaba era brócoli y coliflor (no me pregunten por qué) y la mañosa que vive en mí puso cara de “yo no como eso”. Pero no habían más opciones. No había colmado, no apareció un solo pescador, no había nada. Mi amiga los puso al carbón, preparó una salsa de ketchup y mayonesa y los sirvió. Long story short, el hambre pudo más que el orgullo y ya saben. No se si fue por el hambre o si de verdad me saben buenos, pero a partir de ahí amo tanto estos vegetales que hasta crudos me lo como.


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